Santa Rita, la patrona de las causas imposibles. En este caso lo imposible es aparcar en la calle Barquillo, la vieja Calle del Sonido. Las calles de Fernando VI y Barquillo y Los 33, capital del Tinder a la parrilla de la ciudad, son el nuevo Soho madrileño. En Barquillo 30 el editor alemán Benedikt Taschen (63) tiene su librería en la vieja tienda de labores de costura Santa Rita y cuando entró de inquilino tuvo el buen gusto de no desprenderse de viejo cartel. Hoy bajo el manto de la santa firma libros el pintor de bestiarios más cotizado del momento, el neoyorquino Walton Ford (64), al que los Rolling Stones le encargaron la portada de uno de sus últimos discos. Me acerco a ver si me da un zarpazo o me echa un garabato. ¡Qué la santa me proteja!

Cruzar Barquillo tiene su aquel, la calle es tan pequeña y las aceras tan diminutas que el peatón se olvida. A mí casi me atropella otro viandante de no ser, me imagino, por la propia Santa Rita que todo lo cuida. Me choco con Alejandro Pelayo, buen amigo, vecino, y expianista de Marlango. No le pierdan la pista. Tiene talento, es guapo y no se rinde, que es una virtud mucho más apreciada en un pianista que la pulsación. Casi nos chocamos porque yo iba pensando en darme una paradinha por Petramora, el Dean & Deluca madrileño del gallego Javier Domínguez (ya saben Carolina Herrera, Bimba y Lola y hermano de Adolfo).

El pintor Walton Ford firma que te firma.

El pintor Walton Ford firma que te firma. Víctor Núñez

En la librería todo el escaparate es hoy para Walton Ford, los coffee table book habituales (esos libros gordos que no hay quien abra más allá de la primera vez) han cedido su espacio al protagonista. Todos los ejemplares expuestos en la tarde del jueves llevan en portada un león dorado. El escaparate de Taschen parece el Congreso de los Diputados con tanto Panthera Leo. Hoy firma Walton Ford, de 19 a 20. Entro en la tienda cinco minutos antes y ya somos una decena de bibliófilos a la espera. Al fondo, sobre el altillo, un tipo entrado en edad (64), gafas transparente pega voces a unos chavales en lo que parece una clase. 

Echo en falta a Maria Mariam, mi amiga de tantos años, alma mater de lo que ha sido Taschen en España hasta ahora. Rubia, argentina, cultureta, despistada, facilitadora y leal. Al día siguiente me entero de que Mariam emprende nuevos rumbos y deja la editorial y siento que me deja también un poco a mí. La firma la echará de menos, pero yo no porque ya la he incorporado a mi galaxia de estrellas cercanas. Una de sus compañeras al verme hace por colarme, pero yo que estoy matando el rato conectado a Tidal no me entero porque me ha dado por escuchar a Ladilla Rusa y su contagioso Kitt y los coches del pasado. “Pero mi Josema es un enamorado. Un enamorado de los coches del pasado”. Soy más de los tejanos Khruangbin pero hoy apuesto por el trash cateto. Cuando me doy cuenta de que me quieren colar pido disculpas y espero pacientemente. 

Según me llega el turno me da tiempo a pensar que tipo de bicho quiero que dibuje. Conocí a Ford en la embajada americana, hace ya unos años. En un café con James Costos (61) y Michael Smith (61) uno de sus cuadros ocupaba el lobby. Los embajadores más cuquis que ha enviado América a los Madriles eligieron uno de sus cuadros para hacer la embajada su hogar. Más tarde los Rolling Stones le compraron una de sus fieras para el recopilatorio Grrr(2012) -incluía un par de canciones nuevas- en el que Ford pintó un gorila con la lengua de la banda. Me olvido de preguntar cuanto pagó Mick Jagger y si el Stone le compró el cuadro. Gruño. 

Ford tiene sus propios rotuladores, negros, de dos cabezas, con dos texturas, para garabatear sus animales. “¿Qué animal quieres que te dibuje?”, me preguntan nada más llegar. No sé qué contestar.   Creo que soy el único que se ha traído los libros de su biblioteca. El resto aprovechan para comprarlos hoy. De eso se trata. Me columpio porque me presento con dos ejemplares. La primera edición del gigante de Taschen PantaPanta Tantra y otro de su última expo editado por la francesa Flammarion. “Lo siento, ese no te lo puede firmar. Es la norma”. Lo comprendo claro. Me siento mal y compró también la edición de bolsillo por eso de hacer gasto.

Cuando finaliza la clase de Ford la cola casi se sale de la tienda. La mayor parte somos hombres. Los estudiantes son sobre todo mujeres, parecen de fuera, no llegan a los cuarenta. 

Es imposible que Ford firme a todos los que estamos esperando en una hora. Con cada persona se detiene al menos 7 u 8 minutos y luego se hace una foto. El fotógrafo es el argentino Dalmiro Quiroga que recorre el mundo disparando a Benedikt y a sus autores. 

Walton ya conocía Madrid. “Adoro El Prado” me cuenta mientras dibuja un lobo estilizado y correntón con rabo de zorro. Da igual el bicho que le pidas el dibuja el que le apetece. La cola crece. Intento adivinar cuantos pillastres vienen a por la firma para vender luego el libro en eBay. ¡Qué más da! Si quieres ganarte unas perrillas es mejor que el libro no te lo firmen con tu nombre. “¿Cómo quieres que te lo dedique?” “Andrés, claro”, respondo. Cada vez que acaba de dibujar uno de sus bichos se parte de risa. Cuesta trabajo imaginar la verosimilitud del detalle de su obra final con los garabatos que hace. 

19 minutos para tres bichos: un mono, un orangután y un zorro. Una hora de cola y material para esta columna. A mí me gusta Walton Ford. Vive en el Village, pero tiene una casa en Massachusetts. No consigo sacarle más información. En cuanto se pone a dibujar se encorva y desconecta.

Nada más levantarme posteo las dedicatorias que Walton Ford me ha hecho en los libros para tirarme el pisto. Acaban de llegarme la fotografía que el retratista de Taschen me hizo. Eso son relaciones públicas bestias, bestias de bestiario. 

“¿Os lo lleváis ahora a cenar?”, pregunto. “¿Os recomiendo alguna taberna nueva?” “Ni idea, no sé lo que querrá hacer”. “¿Crees que acabará de firmar a todos?, de aquí con la cola que hay no salís ni a las 22”. “Depende de lo que él quiera, es el artista. Son imprevisibles”. Me lanzo de nuevo a las calles cuando me doy cuenta de que no me he traído el vinilo de los Stones. “Grrr” masculló. El coleccionista es un sufridor nato.