Vista aérea del altar de Castro Ulaca.

Vista aérea del altar de Castro Ulaca. Junta de Castilla y León

Historia

Los enigmas de la ciudad prerromana de Ávila que esconde edificios insólitos y un altar de sacrificios

El asentamiento vettón de Castro Ulaca se fundó en el siglo III a.C. A finales del siglo I a.C. fue abandonada por orden de Roma.

10 mayo, 2024 09:05

Durante el solsticio de invierno el sol despunta de los riscos de sierra Paramera y sus rayos bañan el santuario de la vieja ciudad vettona de Ulaca, en el municipio abulense de Solosancho. Hace 700 años, desde su altar perfectamente alineado con el astro y los montes, un grupo de sacerdotes quemó durante siglos las entrañas de animales sacrificados como ofrenda a ignotas deidades implorando piedad e invocando su protección para la comunidad que vivía en el castro. 

Una comunidad que se asentó a más de 1.500 metros de altura y que habitó el lugar entre los siglos III y I a.C. Sus élites, las más poderosas de la región del valle de Amblés, controlaban el paso entre ambas mesetas y el Sistema Central. Conocida como la "Pompeya vettona", fue una de las ciudades fortificadas más grandes de la Península Ibérica en la Antigüedad. Alcanzó una extensión de 70 hectáreas donde llegaron a vivir cerca de un millar y medio de habitantes. 

El lugar se convirtió en una suerte de "capital" regional. Sus canteras de granito se abandonaron a toda prisa al igual que sus talleres artesanales y varios edificios insólitos entre los vettones. Además del altar de sacrificios alineado con el sol y los montes de los alrededores, contó con una sauna iniciática y un excepcional edificio de dos plantas que alcanzó casi 10 metros de altura, conocido como la "Iglesia" o el "Torreón".

Vista aérea del yacimiento y sus murallas.

Vista aérea del yacimiento y sus murallas. Junta de Castilla y León

El poder y los verracos

Excavada desde el siglo XIX hasta la actualidad, las últimas investigaciones se han centrado en intentar desvelar cómo vivían y que comían sus habitantes. Según los análisis palinológicos y tafonómicos, a finales de la Edad del Hierro, cuando se produjo el auge de los castros y oppida, la actividad agrícola y ganadera deforestó el fondo de los valles. En el caso de castro de Ulaca, se confirma que su poder giró sobre los bóvidos, muchos de cuyos huesos fueron mordisqueados por perros que hurgaron en los basureros del asentamiento.

"Así, la base económica de las élites sociales vettonas residía en el control de la tierra –cultivo de cereales de secano– y especialmente en las cabezas de ganado que permitían acumular riqueza de manera eficiente", explica Verónica Estaca Gómez, profesora asociada del departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid y principal autora del artículo Zooarqueología de la Edad del Hierro en el Occidente Ibérico: nuevos conocimientos desde el oppidum celta de Ulaca, publicado por la revista Archaeological and Anthropological Sciences.

Reconstrucción idealizada en 3D del torreón de Castro Ulaca.

Reconstrucción idealizada en 3D del torreón de Castro Ulaca. Pablo Aparicio-Resco PAR/CSIC

En una zona elevada del lugar, dejando atrás las pequeñas moradas de una sola habitación sin ventanas donde habitaban los humildes, un caos de rocas caídas es todo lo que queda del Torreón que dominó visualmente la ciudad. Se pensó que podía tener una función política, defensiva o servir de almacén. Protege uno de los pocos manantiales de la ciudad fantasma en los que el agua brota durante todo el año. Aún hoy, las vacas siguen abrevando allí.

"Asimismo, en alguna ocasión se ha relacionado esta construcción y el manantial cercano con la organización del espacio en los oppida y el uso de agua lustral en los ritos [funerarios] de tradición céltica e incluso con el control de un recurso esencial como el agua, especialmente en los momentos más duros del estío", apunta Jesús Rodríguez-Hernández, arqueólogo de la UCM y principal autor del estudio arquitectónico del Torreón publicado en la revista Arqueología de la Arquitectura. 

Restos de varias viviendas del yacimiento.

Restos de varias viviendas del yacimiento. J. González

Este control y esta protección no solo era física. Una de las funciones que se especula que pudieron desempeñar los famosos verracos sería la de delimitar los pastos y proteger la comunidad en un plano mágico y simbólico. En época romana, cuando el castro de Ulaca no era más que un recuerdo, algunas de estas esculturas de vacas, toros y cerdos fueron reutilizadas en tumbas. 

El vapor del guerrero

"Se cuenta que los vettones la primera vez que llegaron a un campamento romano, viendo a algunos centuriones ir y venir paseando por entrenamiento, lo tuvieron por cosa de locos y les enseñaron el camino hacia sus tiendas considerando que hay que dedicarse a reposar, echados tranquilamente, o combatir", explicó el geógrafo griego Estrabón, que recogió un tópico asociado a muchos bárbaros y de los que solían burlarse los romanos. Aquel pueblo prerromano situado entre los ríos Duero y Tajo, vecinos de carpetanos, oretanos y de los lusitanos, conocían la guerra organizada.

Sauna del yacimiento.

Sauna del yacimiento. Castro Ulaca

A menos de 100 metros del altar de los sacrificios, bastante cerca de las puertas del oppidum, se encuentra una sauna pensada para rituales y no tanto para el disfrute. "Dicen de algunos que habitan junto al río Duero viven a la manera espartana, ungiéndose dos veces con grasas y bañándose de sudor obtenido con piedras candentes, bañándose en agua fría y tomando una vez al día alimentos puros y simples", reflejó Estrabón. 

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Durante tres siglos, los jóvenes se sentaban en la oscuridad de sus bancos tallados en piedra en un rito de tránsito hacia la edad adulta. Quizá al salir de la sauna el sudor "limpiase" a los guerreros que volvían del campo de batalla y pudiesen volver a integrarse en la comunidad como "hombres pacíficos". Nunca se sabrá con certeza. 

Canteras de Ulaca.

Canteras de Ulaca. Junta de Castilla y León

En el siglo I a.C. las caligae de las siempre hambrientas legiones romanas se dejaron sentir en su territorio. Los indígenas estaban cada vez más tensos. Un caudillo lusitano llamado Viriato plantó cara a las huestes itálicas y en ocasiones le acompañaron guerreros vettones. Ulaca, protegida por una muralla de tres kilómetros en lo alto de su escarpado cerro, representó un gran peligro para los cónsules y pretores enviados por el Senado y Pueblo de Roma.

Para tranquilidad de la Urbs debían asentarse en una ciudad nueva en la llanura más fácil de controlar a la que llamaron Abila, la futura Ávila. Una parte de la muralla de Ulaca se quedó a medio construir, con grandes pilares de granito alineados junto a esta. En las canteras situadas al sur y suroeste del yacimiento, las rocas aún enseñan sus heridas y los huecos de las cuñas usadas por los trabajadores. Aquella orden del otro lado del Mediterráneo llegó casi sin avisar.